miércoles, 7 de octubre de 2009

Loli

Lo prometido es deuda, así que como señalé en mi fotolog dejó aquí mi cuento corto con el que participé (y me fue muy bien) en el 1° festival de psicoarte organizado por la escuela de Psicología. Es un cuento inspirado en los personajes y monólogos de la escena de "putitas" de la obra "Hijas de Falopio".

“Loli”

Eran las doce y quince, avanzaban los minutos y la señora comenzaba a abrir de par en par las roñosas ventanas de madera de cada habitación, era un nuevo día en la casona, esa que años atrás vio mi cuerpo transformarse cual mariposa que rompe la crisálida, y pasar de una frágil niña a una desgastada mujer, las mismas murallas que se tragaron mis mejores años y que devoraron poco a poco mi ser, dejándome a “la Loli”, un sutil apodo entre cariñoso y despectivo. Un poco más temprano que de costumbre comenzaba el revuelo de siempre. Ya estaba Juana gritando y quitándonos las cobijas para sacarnos la flojera de la mañana.

Avanzó el día con la rapidez y la energía de un niño jugando antes de comer, y la noche se dejó caer antes de que pudiéramos notar el plenilunio. La música invadió cada recodo de la casa, risas y cerrojos que no paraban de abrir y cerrar, coquetas miradas tratando de empujar escalera arriba a los opulentos señores que buscaban los jugueteos de siempre con la suavidad de nuestros cuerpos.

La noche transcurría, una y otra vez me hacía esclava de las sábanas, son años de lo mismo pero llega un punto en el que no se tolera más, cada visita se hacía eterna. Juro que ¡repudio esas manos!, todas las manos, la respiración y las palabras de esos adinerados labios. Los cuerpos sudados, los malos alientos; los roces asquerosos de esos bultos cálidos que se dejan caer, ahogándome, empapándome de su transpiración pegajosa que se incrusta en la piel, que te llega al alma, la ensucia, la pudre y la seca hasta quemarme por dentro. El olor de sus cuerpos me atrapaba y me ahogaba en el asco. Estaba avergonzada, despojada de ropas y de dignidad. Ni la piel me quedaba, estaba desgastada por los tratos bruscos, harta de los calores intensos que se encerraban en la habitación y por las degeneradas miradas que me cubrían todo el cuerpo.

Un llamado me hace salir de mi letargo, la señora nos reúne, habían llegado clientes nuevos; un grupo de jóvenes mineros que venían del norte. Después de unas copas y unos bailes logré que el más guapo subiera conmigo, un hombre joven pero fuerte, de espalda ancha y gran estatura, con manos gruesas y la sonrisa ligera. Algo me decía que él era muy especial. Me sorprendió la suavidad de su tacto, la ternura de su mirada, la calidez de sus palabras brotando de ese cuerpo recio y laborioso. Olvidé por un momento la fatiga de este oficio y me entregué como hacía mucho, al disfrute apasionado de su carne y del momento. Pensé que había olvidado el sabor del placer.

El tiempo voló, hubiese querido que por un momento fuera más que solo un servicio. Pensé por un instante que había una conexión diferente, así que rompí mi silencio y me atreví a saber de él, quien podía presagiar lo que aquello ocasionaría.

- ¿Y que te trae por estos rumbos? – Le dije con la idea de que no se marchara tan pronto.

- Busco a mi hermana, hace años se fue de la casa y nunca más supe de ella.

- ¿Y cómo se llama? Por aquí se escuchan muchos nombres y muchas historias.

- María Luisa, María Luisa Gonzales Pereira… ¿te parece familiar?

Por un momento el tiempo se detuvo, no había música que retumbara en lo oídos, no había aire que respirar en aquella habitación, solo era un nombre sostenido en el vacío, un pasado que llegaba de pronto, un recuerdo que volvía a ser vivido. Tenía que ser, sólo él, el pequeño niño del que me despidiera un día, destino burlón que mueves tus hilos, cual profecía de épocas antiguas. Mis vísceras se retorcían, cada nervio de mi cuerpo se tensaba y mi mente no comprendía el espectáculo incestuoso del que era protagonista. ¿Qué podía hacer?, si debía ser verdugo de su búsqueda, al menos procuraría que viviese en paz.

- Sí, la conocí… pero ella murió hace varios años muy lejos de aquí.

- ¿Que murió dices?... y nadie más sabe de ella, ¿cómo la conociste?

- Una vez conversamos, vendía… quesos en la carretera… no tuvo familia y… al tiempo me enteré que la arrollaron cerca de un pueblo, ¡no busques más niño! Deja el dinero y vete, que si quieres conversar tendrás que pagar igual.

El joven se marchó con el dolor a cuestas marcado en el rostro. Yo me quedé sentada en la orilla de la cama, pasmada, dolida por cada palabra pronunciada, meditando aquel extraño encuentro, definiendo si era una asesina o una suicida, lo único que sabía es que María Luisa había muerto, yo la maté, ahora solo queda la “Loli”.

Avril Nasar

1 comentario:

Karinosha dijo...

Buena Flaca!!!
soy la karina (desde mi blog) aprovecho de agrgarte =)

Me gusto mucho tu cuento de verdad muy bueno. Muy bien merecido el premio =B

Nos vemos!